Falsos humanos crearán falsas realidades y se las venderán a otros humanos, volviéndolos a su vez falsificaciones de sí mismos
Philip K. Dick y los falsos humanos
Esta no es la distopía que nos prometieron. No estamos aprendiendo a amar al Gran Hermano, que vive, si es que vive, en un grupo de granjas de servidores, enfriadas por tecnologías respetuosas con el medio ambiente. Tampoco hemos sido adormecidos por el Soma y la programación subliminal del cerebro en una nebulosa aquiescencia a las jerarquías sociales omnipresentes.
Las distopias tienden hacia fantasías de control absoluto, en las que el sistema lo ve todo, lo conoce todo y controla todo. Y nuestro mundo es de hecho uno de vigilancia ubicua. Los teléfonos y dispositivos domésticos producen rastros de datos, como partículas en una cámara de nubes, indicando nuestros deseos y comportamientos a compañías como Facebook, Amazon y Google. Sin embargo, la información así producida es imperfecta y clasificada por algoritmos de aprendizaje automático que a su vez cometen errores. Los esfuerzos de estos negocios para manipular nuestros deseos nos llevan a una mayor complejidad. Cada vez es más difícil para las empresas distinguir el comportamiento que quieren analizar de sus propias manipulaciones y de las de los demás.